Depedro presentaba “La Increíble Historia De Un Hombre Bueno” en La Casa del Loco de Zaragoza y no nos lo quisimos perder. La fila que serpenteaba a lo largo de toda la acera antes de abrir la sala era un presagio de que lo del viernes por la noche iba a ser grande.
Y si ya resulta sorprendente encontrarte a un hombre bueno en una casa de locos, aun más sorprendente fue su habilidosa y versátil banda.
Todo empezó con Pez Mago que actuaban de teloneros, siguió con Olivenza y culminó en Depedro. Lo que no sabemos es en qué punto, las fronteras entre los tres conjuntos se difuminaron: la vocalista de Olivenza le hacia los coros a Pez Mago, el cantante de Pez Mago tocaba con Jairo, uno al que yo denominé “el del sombrero” aparecía todo el rato (lo siento, soy muy mala con los nombres y más ante tal despliegue de artistas)… Al final todo eran caras conocidas. Es más: llegó un punto en que si hubiesen dicho “solo somos dos, pero nos movemos deprisa”, hubiese colado. Incluso se intercambiaban instrumentos: de trompetas a contrabajos, todo un desfile de ritmos y cadencias y de cómo conseguir la atmosfera perfecta a través de la conjugación idónea. Fue más o menos como el juguete de Mr Potato: Las mismas piezas componen varios entes diferentes a la par de sorprendentes.
Para que no nos pensáramos que eran paranoias nuestras, el protagonista de la noche nos lo confirmó: “La banda la tengo repetida”. Y es que ¡cómo no repetir con músicos tan polivalentes! Fue sin duda toda una lección de complicidad y profesionalidad.
Presentó sus canciones ante un público totalmente volcado en la actuación: Coros en absolutamente todos los temas, gente bailando a pesar de la falta de espacio y muchos gritos de admiración sobre la voz y la belleza del cantante (he de decir que sobre todo del público masculino, así como dato). Así que cuando interpretó el tema que da título a su último trabajo, Hombre Bueno, nos hizo un guiño en aquella frase de “Y me decía: esto va salir bien”, porque efectivamente, estaba saliendo perfecto.
Al presentar otro de sus grandes temas, Nubes de papel -de esos cuya melodía y letras hacen pensar que estamos ante alguien con una sensibilidad especial- comentó que habla de los límites y de intentar romperlos. Dicho y hecho. Un chaval de la primera fila bastante entusiasta (demasiado entusiasta) gritaba continuamente: “Me gusta, me gusta”. A punto estuve de responderle: “A todos nos gusta, pero no estamos en Facebook, colega”.
Sé que estoy incidiendo mucho en las reacciones del público, pero tras muchos años de conciertos, me he dado cuenta de que la calidad del artista (de sobra evidente en el caso de Jairo) se refleja no solo en sus directos sino en cómo la gente los recibe. Y pocos seguidores he visto con tanta devoción hacia un cantante.
Durante Ella sabía nos demostró que toca el teclado con la misma habilidad hipnótica con la que arranca los acordes de su guitarra. Y otras, como La Brisa, las tocó el solo, justo antes de los últimos bises.
Ya hacia el final, Jairo estaba haciendo una preciosa introducción instrumental a Diciembre, para el éxtasis de los allí congregados. Entonces confesó: “Esto no era…”. Vamos, que todos con la boca abierta y la piel de gallina y resulta que se había equivocado. Entonces exclama el chaval de antes (que además de reiterar que le gustaba, no paraba de gritar que se había enamorado del cantante, con la consiguiente cara de desesperación de su novia), pero que me voy del tema, exclama el chaval: “¿Qué no era así? ¡Pues yo me he derretido!”. Tal cual.
El espectáculo terminó con todo el público en pie de guerra al grito de Comanche. La canción dice: “Así vivo contento conmigo y con mi gente lo que yo quiero. Pues en cuanto decidas venir, aquí te espero compañero”. No se me ocurre un resumen mejor del concierto de Depedro en Zaragoza.
Muy grande hay que ser para jugártela en una casa de locos y salir por todo lo alto, con una banda perfectamente engrasada (y más multiusos que una impresora) y conquistando hasta a seguidores de metro ochenta con pintas nada delicadas que cambian a Iron Maiden por unas particulares y sensibles nubes de papel.