He visto unas cuantas veces a Cyan en directo y cada concierto al que voy me parece cuantiosamente mejor que el anterior. El del pasado viernes en la sala Apolo La [2] no fue una excepción.
Aún no eran las ocho de la tarde cuando se abrieron las puertas de la sala. Ana Muñoz salió a escena para ejercer de telonera enfundada en un vestido negro que dejaba su espalda al descubierto, armada simplemente con una Telecaster y su voz demostró ser capaz de dejar el pabellón bien alto. Ana interpretó algunos de sus temas cómo Gererosa, estrenada recientemente, ó Yo excepto, en la que nos demostró que su dulce voz puede adquirir la fuerza que ella desee. La artista, muy emocionada por poder telonear a Cyan, de los que se declara muy fan, agradeció al público el calor, ya que se le rompió el tópico de que el público de Barcelona es frío y sumamente exigente. Realmente, el público dejó a la altura del betún a ‘la pared de gotelé y el gatete chino sin pilas’ para los que suele tocar cuando ensaya, ya que éstos últimos nunca le aplauden.
Pasados escasos minutos del final del concierto de Ana Muñoz, salieron al escenario Cyan, para conquistar al público de la ciudad condal. El concierto arrancó con una buena dosis de energía con unos Turistas heridos que esa noche jugaban en casa, seguida sin dar tregua por Volando eléctrico y un Puente suspendido que venció y nos lanzó lejos, muy lejos.
Javi nos contó que en 1974, un artista incomprendido lanzó una cuerda de una torre gemela a la otra y la cruzó sin ningún tipo de arnés, volviendo loca a la policía de Nueva York. Ése fue el crimen artístico del siglo, de la mano de Philippe Petit. Para nuestra sorpresa, recuperaron Esos Niños, de su disco Historias para no romperse, que hacía un tiempo que no se escuchaba en directo, pese a ser una canción brillante, y con una letra conmovedora.
Otra gran sorpresa de la noche fue la frenética interpretación (con equilibrismos varios de Javi sobre el teclado, convertidos ya en un sello de identidad) de la nueva versión que han grabado de La leyenda del tiempo, de Camarón, con letra del ilustre Federico García Lorca. Habrá, cómo siempre que se versiona a uno de los grandes, quién la criticará o quién dirá que es una versión innecesaria. Yo personalmente, puedo afirmar que me empapé de cada verso con el bello de punta. Hablando de bello de punta y de versiones, resulta imposible no mencionar Salitre, que sonó con especial garra y en la que Javi explota al máximo sus registros vocales en un espectacular falsete final. Cabe mencionar también el mérito del nuevo batería de la banda, que se ha aprendido las canciones en un tiempo récord y cualquier diría que llevan años tocando juntos, porqué el sonido fue compacto y sin fisuras.
Tras poner a bailar nuestros cerebros con Ballet mental, el grupo desapareció entre el humo, cómo si de “Lluvia de estrellas” se tratara, para regresar al momento y alimentar a las bestias que inundaban la sala con Belva y Mecanismos nocivos. A continuación, Javi, muy emocionado, afirmó que esa noche ‘el público de Barcelona no parecía el de Barcelona’ -volviendo otra vez al tópico del que hablábamos antes- y nos propuso un trato, hacer algo que hacía mucho que no se hacía a cambio de que todo, y recalco, TODO el público estuviera sentado en el suelo. La masa aceptó sin vacilar un segundo, y Javi se paseó entre todas sus amansadas fieras (con algún que otro tropezón) interpretando Congelados por la estela con una guitarra acústica sin amplificar y su voz desnuda.
Para acabar, quedaban dos de los temas más potentes que tienen Cyan en su repertorio; Te deslizas, que habla de una relación bastante tóxica, y para recuperarnos de ésta, a modo de terapia, nos hicieron repetir a pleno pulmón que Sólo es una herida. Fue tanta la confianza en el público, el calor y energía acumulada en esa sala, que Javi saltó de las tablas a los brazos de sus seguidores, que lo sostuvieron y movieron en volandas por la sala durante buena parte de ésta última canción.
Normalmente, suelo acabar las crónicas con una breve reflexión, pero en esta ocasión me resulta imposible, no tengo palabras. Simplemente hay que vivirlo, por lo que lo recomiendo encarecidamente a todo el que esté leyendo estas líneas.
Autor: Albert Solé
Fotos: Vero Varela