Una profesora me dijo que solo hay una cosa más difícil que entrevistar a alguien hermético: entrevistar a alguien de quien estás enamorado. No conozco a nadie –ni hombre, ni mujer, ni perro, ni gato, ni bonsái milenario- que haya hablado cinco minutos con la París y no haya salido diciendo lo encantadora que es. Así que imaginaos lo complicado que fue para mí, que ya iba enamorada de antes… Por suerte, ella es capaz de hacerte sentir bien solo con sonreírte con sus ojos verdes de ciencia ficción. Todo su trabajo refleja un carácter peculiar, muchas ganas de innovar y un ingenio casi extinguido en el panorama musical actual. Con profundo acento maño y su forma de reírse como arma contra todas las dificultades que una autoproducción supone, cuenta porqué es cierto aquello de que siempre nos quedará París.
Tal como comenzó a hablar, comenzó a cantar. Fue una niña prodigio: a los tres años tocaba la armónica y la melódica, a los siete empezó a estudiar guitarra y desde los diecisiete se dedica a la música de forma profesional.
No podía ser de otra forma, pues a la cantante a la que la Jazz Orchestra de Greg Hopkins -una big band formada por 16 músicos de reconocimiento internacional- llaman “la diosa de la jota”, le viene de familia. “De la casta le viene a la galga” ironiza ella cuando cuenta que sus padres cantaban, bailaban, hacían cine y teatro y obtenían premios por ello.
Salvador París y Adelina Mondaray se conocieron en Tarragona. Se casaron y tuvieron a sus cuatro hijos. Ahí vivieron seis años para mudarse después a Utebo. A pesar de ser de origen humilde, a todos sus hijos les procuraron una educación musical. La que destacó especialmente fue Carmen, la hermana mayor. No solo ganó numerosos concursos literarios, de canto y de baile: en atletismo fue campeona provincial de campo a través e incluso corrió campeonatos de España.
Todo esto le sirvió para coger fondo, para forjar unos valores sólidos y un espíritu inconformista e independiente que volcó ya en su primer disco “Pa’ mi genio”, que podría resumirse en el estribillo de una de sus canciones: Porque quiero, porque puedo y porque me da la gana.
LBM – ¿Qué recuerdos tienes de tu infancia?
Carmen – Maravillosos, muy felices. De Tarragona me acuerdo de la luz del Mediterráneo. Desde el balcón de nuestra casa se veía el mar y podíamos ir en invierno y bañarnos. Eran tiempos muy felices. Y lo mismo cuando nos fuimos a Utebo. Para mí todo era una aventura, porque dejaba a mis amigas, me iba a otra ciudad… Pero por otra parte me gustaba eso de descubrir otros sitios y estar siempre aprendiendo.
LBM – Ese ritmo de viajes no ha cambiado. Por ello, me cita en un bar de la estación de Atocha, lugar muy frecuentado por esta zaragozana que por motivos de trabajo hace muchos años que se encuentra afincada en Madrid. Son las cinco de la tarde y la camarera pregunta si queremos comer. La cantante pide “Una hamburguesa de estas con nombre exótico pero que en realidad es una hamburguesa con queso normal”. “Es que no he comido nada desde las once”, me explica.
Mientras, me enseña varias fotos familiares para reforzar lo que ha contado anteriormente. Muestran a una familia muy musical y sobre todo muy unida. “Mira, aquí estoy cantando jotas con mi padre. Y en esta están los dos recogiendo los premios a mejor actriz y mejor director”, comenta orgullosa. Llama la atención la imagen de Carmen de niña montando en burro. Cuenta que a los diez años le hicieron hacer de Virgen María y dar la vuelta al pueblo encima del burro. “Yo quería ir a horcajadas, pero el cura me dijo que la Virgen María no haría eso. Así que me senté de lateral y me iba escurriendo. Cuando se giró el cura, me senté como me dio la gana”. Sigue pasando fotos de ella con numerosos premios y tocando diversos instrumentos. “Mira, esa es un verano con la caravana”.
LBM – ¿Cómo era lo de los viajes familiares en la caravana?
Carmen – Mi abuela decía: “¡Siempre como los gitanos con el carromato!”, porque era así. Mi padre fabricaba espejos, pero había hecho muchas cosas. Era un hombre muy bohemio, había vendido de todo: empezó vendiendo miel y olivas, y fue el que introdujo el refresco Kas en Cataluña. Y nos fuimos de Tarragona porque se había asociado para fabricar espejos y venderlos en las tiendas de muebles. Se dedicaba a viajar, a recorrer tiendas de muebles de España para vender. En lugar de irnos de vacaciones, nos echaba a todos a la furgoneta y en el recorrido que hacía de venta íbamos nosotros. Parábamos en la playa, desmontábamos allí la mesita, el camping gas, el columpio…
LBM – En ese momento le traen la hamburguesa. Le falta tiempo para mancharse la boca de kétchup, se limpia con el dedo índice y se lo chupa. A los pocos segundos repite la operación con la mostaza.
LBM – Entonces, ¿en ningún momento te has planteado dedicarte a algo que no fuera la música?
Carmen – Nunca. Yo tenía claro que tenía que ser música de mayor. Pero a lo largo de mi vida he hecho muchas cosas. Estudié en el Conservatorio y en la Facultad de Filosofía y Letras. Para buscarme la vida trabajé en la hostelería. Me han interesado muchas cosas: la arqueología, la astronomía, estudiar las civilizaciones antiguas, leer mucho… Y luego en los viajes conocer los lugares que había leído en mis libros. Toda mi juventud ha estado muy imbuida de las novelas de Agatha Christie; solo me dejé de leer la última, “Telón”, donde moría Hércules Poirot y no la leí nunca, para que en mi vida estuviera viva la colección de Agatha Christie. Sí, me han interesado muchas otras cosas, pero siempre combinándolas con la música.
LBM – Esto lo explica mientras muestra fotos de su juventud en la orquesta Jamaica “¡Madre mía qué hortera era!”. Y seguidamente pasamos a su época de atleta: un podio con tres adolescentes, la número uno destaca por su delgadez. “Doy grimilla. Ya me lo decían mis compañeros: Castellón de la Plana, nada por delante, nada por detrás”. Su explicación queda interrumpida cuando la camarera le trae el postre: tarta de chocolate. “Coge, coge, no te cortes”, me invita con toda naturalidad. Me abstengo: aunque sea mi postre favorito no me considero digna de meter mano –literalmente porque no tengo cubiertos- al plato de una mujer que solo con su primer disco vendió más de 40.000 copias; disco que llegó después de muchos años de trabajo.
LBM – ¿Cómo fue tu juventud en la Orquesta Jamaica y las verbenas?
Carmen –Bueno, eso fue… Una furgoneta súper antigua, con el motor en el centro, un calor en agosto…. Además ibas enganchando un pueblo con otro. Era muy duro: verbenas de cuatro o cinco horas, sesión de tarde, sesión de noche… Pero yo tenía veinte años y me comía el mundo: empezaba a cantar en un escenario. Había estado cantando en misa, en la escuela… Y entonces empezaba a aprender lo que era estar en un escenario. Todo lo que me echaban me lo comía. Aprendí mucho: de las tablas, de saber estar, de saber ser simpática pero también ser firme cuando quieren abusar, porque te encuentras de todo por la viña del Señor… A mucha gente de los que de la noche a la mañana se han hecho famosos les vendría muy bien una pasadita de verano por una orquesta, la furgoneta, cargar y descargar el equipo… Todo lo que conlleva eso.
“¿De verdad no quieres tarta?”, insiste. Está guardando un trozo. La miro: sobrepasa el metro setenta y como mucho llegará a los 50 kilos, los vaqueros ajustados le hacen arrugas por todas partes. “No, tú lo necesitas más”. Se ríe. Es una mujer muy inteligente, con un gran sentido del humor y capta perfectamente cualquier ironía (cosa que se agradece y mucho). “Lo del humor me viene de familia materna”, aclara.
LBM – Doce años después de tu primer disco, ¿ha entendido ya la gente en qué consisten tus mezclas o aun quedan escépticos?
Carmen – Me divierte que suceda pero despisto bastante, claro. Porque como no saben por dónde voy a salir ni cómo llamar a las cosas que hago… No pasa nada, es natural que suceda. A lo mejor cuando lleve diez discos empiezan a entenderme. Aunque me preocuparé, cuando me digan: “Ah, ya sabía que ibas a hacer eso”, diré: “¡Vaya! ¡Mierda!”. No quiero que lo sepas antes de que yo lo saque (risas).
LBM – ¿Cuál es la cosita más in-solita que te ha pasado estando sobre un escenario?
Carmen – En la época de la orquesta, en un pueblo de Teruel, un borracho me quería agarrar el tobillo todo el rato. Dos veces estuve a punto de descalabrarme y le tuve que meter una patada en el morro. Así como te lo cuento. Que le hice sangre y todo, ¡madre mía la que se lió! Pero como estaba borracho no le entendió nadie. Él farfullaba pero ni se enteró de lo que le había pasado. Y yo pensé: “Ah pues mira, uno que me he quitado”. Y luego en esa época, haciendo Carmen Lanuit, en Andalucía, en un recinto ferial, el escenario estaba pegado a la valla que cerraba el recinto. Y mientras yo estaba haciendo la representación, oí que algo caía como del cielo. Cayó cerca de donde yo estaba, pero seguí la obra sin mirar. Me fui al otro extremo del escenario y vi que el pianista se había levantado, se había agachado donde fuera que hubiera caído eso y lo había tirado hacia fuera. Bueno ¡pues me habían tirado una rata muerta! Yo pensé que se había caído un foco, ¡porque si llego a ver la rata muerta ahí a mi lado, que era así de grande [por el gesto que hace, el animal debía descender de algún tipo de mamut descomunal], se acabó la obra! Porque me han pasado cosas en el escenario: hacerme sangre, estar con un retortijón tremendo en la tripa y no poderme ir… Sin ir más lejos: cuando mi padre murió, al día siguiente tuve que cantar con la orquesta en una verbena. Cosas de esas, las he salvado. Y hacer conciertos estando afónica, con la voz tomada, sin llegar a los agudos, dejándome la piel, con fiebre he hecho unos cuantos… pero lo he salvado. Pero hay una cosa que no puedo controlar y es mi fobia a los malditos roedores. Si veo un roedor, me cuelgo del cuello de quien esté a mi lado, lo conozca o no. Si yo llego a ver eso, esa obra no la hubiera salvado, hubiera salido corriendo. Pero hasta la fecha, nunca he cortado por ningún fallo: como sea, pero yo termino.
LBM – Ella termina y siempre con elegancia. Porque tras verla en directo, uno se da cuenta de que Carmen es elegante en todos los aspectos de su vida. Y en la ropa no iba a ser diferente: el éxito no es que sepa elegir lo que más le favorece, sino el hecho de que ella deslumbra con trajes que a cualquier otro nos sentarían como una sotana a Paris Hilton. A las fotos me remito.
LBM – ¿Cómo decides que ropa ponerte en cada concierto?
Carmen – Eso tiene su cosa. Hay veces que lo dejo para el último momento y luego se me pasa. Por ejemplo: cuando en París al Piano toco el djembe, como es solo un tema, a veces no me doy cuenta de que el vestido que he elegido no es el más adecuado para sentarse a horcajadas encima del djembe. No le doy excesiva importancia, le doy la que tiene. Por supuesto el vestuario es muy importante porque acompaña al espectáculo, a la iluminación y tal. Pero no más allá de eso, no como el culto que se le rinde hoy en día. La gente siempre ve los extremos: no tienes ni porque salir un adefesio, ni estar única y exclusivamente pendiente de llevar el último. Entre medio hay un montón de grados.
LBM – Y un año después, ¿cómo ha ido evolucionando Ejazz en directo?
Carmen – Bastante bien, como yo ya me imaginaba. Como es una cosa recién inventada, en el directo tenía que rodarse todavía. Está empezando a coger color y matices. Estoy muy contenta. Yo tenía muy claro que este disco iba a salir. De hecho creo que mi padre desde el otro lado me ha ayudado. Porque me parece significativo que me fuese a grabar un mes antes de las bombas en la maratón de Boston. Si me llega a pillar ese acontecimiento estando ahí, me quedo sin hacer el disco. Me hubiera quedado sin dinero y sin disco, ¡por un mes!
LBM – Ya de más mayor (pero igual de estupenda siempre), destacan las fotos de sus viajes. Profundamente enamorada de Egipto, ya lo ha visitado tres veces. Pero sin duda lo que más huella dejó en ella, fue Palestina. “Antes, una chica de un stand me ha querido probar una crema de sales del mar Muerto. Le he dicho que por principios no compro nada que se fabrique ahí. No me ha entendido”. Da igual que la gente la entienda o no, Carmen tiene las ideas muy claras y nunca se ha cortado al denunciar las injusticias con las que se ha cruzado en sus andanzas.
LBM – Con este disco has incluido Norte América en el hermanamiento que siempre has ido haciendo. Así, vemos que tus viajes quedan reflejados en tu música, pero ¿qué reflejo han dejado en ti?
Carmen – Buff, muchísimo, en todas las cosas. En la música empecé a viajar tarde para lo que yo soñaba. El primer viaje interesante lo hice en el paso de Ecuador de la carrera, que fuimos a Grecia. ¡Buah, y recuerdo ese viaje porque fue una aventura! Siempre que nos vemos los que fuimos nos acordamos de lo bien que lo pasamos. Esa fue la primera vez que salí al extranjero. Y ya después, estando en Zaragoza conocí a músicos uruguayos, me enamoré de uno y fui a conocer Uruguay. Y luego ya he viajado a: Palestina, Egipto, al África negra… A Europa he ido muy poco. He ido a París dos veces, muy poquito tiempo. Y cantando he ido a Moscú, Bulgaria, Palestina, Egipto, Brasil, Montevideo… Y me han aportado mucha de la visión que tengo de la música. Los hermanamientos que hago tienen mucho que ver con los viajes que he hecho.
LBM – Has dedicado toda tu vida a la música, ¿se puede llenar una vida solo con música?
Carmen – No, yo creo que no. Aunque la música siempre ha estado, no ha sido lo único. Están las personas queridas, las cosas que me gustan, de lo que disfruto. Por ejemplo, tuve animales de compañía cuando vivíamos en el pueblo, pero al estar sola en Madrid y vivir en piso… Para tener un animal y dedicarte a ir cantando por ahí, necesitas enchufárselo a alguien y no tengo confianza aquí como con la gente que tengo en Zaragoza… La música es importante pero no es lo único.
LBM – ¿Qué es lo que más echas de menos de Zaragoza?
Carmen – Pues mucho. El Ebro, la gente… El cierzo no lo echo en falta nada, nada; he de confesar que si no sopla el viento, no lo echo en falta (risas). Pero sobre todo el carácter de la gente de la tierra. En las ciudades así más grandes se desdibuja mucho la humanidad. Zaragoza, al ser más pequeño, aunque se está empezando a parecer cada vez más, todavía conserva el ser una ciudad pequeña y más humana.
LBM – ¿Cómo ves el panorama musical actual?
Carmen – Pues ahora que acabamos de perder a Paco de Lucía, el gran maestro, es cuando te planteas si está habiendo nuevas generaciones que hayan tomado el relevo de este movimiento tan importante. Porque tanto él como los músicos a su alrededor de esa época, han puesto la música española en lo más alto. Y analizo qué ha venido después y veo que son todos mayores de cincuenta y yo me estoy acercando. Entonces, veo que la música con identidad nuestra no es lo mismo que la música hecha en España. Porque hoy en día en la música hecha en España imita el modelo anglosajón, no les interesan mucho nuestras músicas. Y eso unido a todos los dispositivos y toda la mercadotecnia de MTV, películas y movidas de marketing, pues se está perdiendo poco a poco. Yo creo que sí que tenemos muchos talentos, pero con muy pocas posibilidades de sobrevivir, sobre todo ante la mercadotecnia del sistema hollywoodiense.
LBM – Pero tú tienes unos valores y lo tienes muy claro, si te ofrecieran hacer un disco más comercial para vender y luego ya dedicarte a lo tuyo, no lo harías.
Mil veces me lo han dicho. Pero es que eso ya lo está haciendo un montón de gente, para eso no hago falta yo. Para repetir los cuatro mismos acordes, para eso hay hordas, legiones. Y la música no es eso. Si hicieran eso los científicos estaríamos apañados; si se aprendieran las cuatro fórmulas y ya no investigarán más, estaríamos todavía en los griegos o en los romanos. Pues con la música lo mismo. Lo que pasa es que hoy en día, cualquiera parece que toca cuatro acordes, se sabe cuatro notas y ya es artista. Y antes lo de ser objeto sexual era solo con las mujeres, pero ahora los hombres igual. Nos igualan siempre por abajo. Hoy en día es más importante la imagen que la música, entonces estamos perdidos. La música es un sentido auditivo, no de ver a una tía con minifalda… o a un tío, vamos, que me da lo mismo.
LBM – ¿Qué proyectos de futuro tienes?
Carmen – Buff, ¡muchos! Tengo muchas ideas de juntarme con gente, de hacer experimentos, pero nada definido todavía, no me lo planteo aún. Pero seguiré haciendo experimentos, sin ninguna duda.
Justo al acabar, Carmen exclama: “¡He puesto el ticket del coche solo para media hora, ya me habrán clavado la multa!” Corremos al coche. La policía se aleja por la acera de enfrente y desgraciadamente, la jotera nunca se equivoca, hay multa. En ese momento, la cantante, con esa voz potente y precisa que muchos consideran la mejor de nuestro país, comienza a cantar en versión jota una expresión de indignación que utiliza un sinónimo de meretriz para calificar a la madre de quien introdujera este afán de multar sin talento. La voz de París pone los pelos de punta, cante lo que cante; es de esas pocas artistas que pueden llenar un teatro (o en su defecto la calle Méndez Álvaro) únicamente con su voz. “En fin… ¿quieres que te lleve a algún sitio?”, ofrece tan atenta como siempre. Le doy las gracias y le digo que me vienen a buscar. “Bueno, pero si no vienen, me llamas y vuelvo a por ti”. ¿A qué cuando vosotros termináis de entrevistar a alguien os manda a tomar viento? ¡Cómo no enamorarse de alguien tan adorable! En ese momento, la policía vuelve otra vez. La jotera repite el verso que acaba de componer, que aunque igual no es muy agradable, muchos considerarían un honor que alguien con su talento les dedicara una tonadilla. De hecho, escuchad su canción “Hija de la gran madre” y ya veréis como intentaríais quitarle el novio -y digo intentaríais porque cualquier mortal está a años luz de hacerle sombra a esta jotera- solo para que os compusiera algo similar. Así es el genio de Carmen París: porque quiere, porque puede y porque le da la gana.
Carmen presentará “Ejazz con Jota” el 15 de marzo en Utebo (Zaragoza) y el 16 en Barcelona. Podéis consultar todas las fechas de la gira en su página web.