Salíamos el viernes del Teatro Nuevo Alcalá con los corazones repletos de una inmensa e indescriptible sensación de felicidad. Cada una de las palabras que pudiésemos intentar decir para explicar lo que Xoel López había realizado sobre el oscuro escenario, se quedaban cortas, y nuestros pensamientos desordenados querían salir como un torrente. Tanto que decir, tanto que analizar, y ese querer atesorar cada recuerdo para siempre. Por supuesto todo mezclado con todos los temas que habíamos vivido resonando sin parar en nuestros oídos.
Desde el principio del espectáculo, la noche, la música y el lugar, se habían comprometido con nosotros en un pacto secreto. Un pacto en el que el único fin era que la magia de todos los elementos se apoderase de nosotros y viajásemos a través del tiempo, de los lugares, y de las emociones que Xoel ha utilizado siempre a su favor para componer sus canciones. Nos sentábamos en la butaca roja, nos dejábamos envolver, esperábamos el inicio perdiendo la mirada en el infinito cargado de dorados ornamentos.
Por fin el aire del Atlántico comenzaba a soplarnos con dulzura. Se reforzaba con lazos de una banda llena de miradas cómplices, en medio de la cual Xoel dirigía con seguridad a todos los componentes, y los guiaba a través de sus propios pasos. De cuando en cuando incluso se apoyaba en ellos para seguir con decisión el plan estipulado. Ni lo que parecía al azar lo estaba. No es ajeno a todos los que escuchamos música, que en ocasiones esta sirve a aquellos que la componen como elemento terapéutico, aliviando esa lucha interna que nace de sus instintos más primarios. Es por eso que todas las letras de este gallego exiliado nos cuentan como ha sido su vida, entre lo real y lo inventado. Sueños y verdades que llevaban a sus pies a un público ansioso por formar parte de esa noche en la que no se decía ni hola ni adiós a su primer trabajo como Xoel López o a los anteriores que llevaban el sello de Deluxe. Él, sin pronunciarlo, tan solo con su mirada, con su energía, ordenaba; disfrutemos de todo esta noche, como de las cosas que no vuelven más.
El teatro al completo abandonaba sus asientos para saltar al ritmo que nos marcaban. Volvíamos a sentarnos, a permanecer en el más estricto silencio con la mirada clavada en ellos y nuestras respiraciones acompasadas iban acompañando su voz desnuda y sus instrumentos desenchufados. Éramos el epicentro de los coros mientras el piano sonaba. Y claro, Juan de Dios no iba a ser menos, él también quería estar con su amigo en una noche tan especial, por lo que el escenario también tenía lugar para él.
Con las lecciones bien aprendidas, sabiendo que el amor no es para siempre, percibiendo el aroma de los kioscos de flores de Buenos Aires, y esperando reencontrarnos con la luna para buscar las diferencias que hay en ella, a este, y al otro lado del mundo, entendíamos que lo que para nosotros podría haber sido eterno tenía que tener un final. Bonito broche mostrarnos lo que vendrá cargado de la magia de San Juan, y lo que ya nos ha repetido tantas veces sobre los fantasmas. Era hora de volver a casa, de recorrer a la inversa el camino que nos había llevado hasta el teatro. El sueño superaba la razón, y nos llevábamos eso con nosotros.
Dice Xoel, que tal vez Deluxe no vuelva a hacer acto de presencia en sus conciertos, pero ¿quién sabe? con este artista con máscara, no puedes predecir donde terminarás. Xoel, ojalá que exista el cielo y yo acabe allí también, ojalá que exista el cielo para volvernos a ver. Adiós corazón.
Autor; Shara Sánchez