Recuerdo que un día, siendo muy joven, escuché un grupo en el que cantaba una chica diminuta con una voz enorme. The Cranberries y Dolores O’riordan tardaron poco o nada en hacerse un hueco en mi vida y por supuesto en mi BSO. La forma de ser, estar, cantar e incluso bailar que tenía fueron para mí fuente de inspiración en una época en la que lidiaba con el mundo por considerarme bastante incomprendida. Ella era un torbellino lleno de vida con un look andrógino que atraía como un imán. Esa clase era lo que yo quería para mí.
Ayer, al conocer la noticia de su muerte, una sombra de tristeza se apoderó de muchos de nosotros y es que con ella se va una parte de nuestra adolescencia, una parte del movimiento con el que hemos crecido. Seguro, que como yo, muchos recordarán de forma nostálgica su historia asociada a la banda y es que hoy me ha dado por pensar que cuando por fin asistí a un concierto de los irlandeses, aún no llevaba un teléfono móvil en el bolso. El hecho de poder comprarte una camiseta oficial de una banda como esa era algo que estaba reservado exclusivamente al puesto de merchan de sus conciertos. Era un tiempo donde un single tenía todo el sentido del mundo y los discos eran apurados como auténticas joyas. Porque eran realmente eso; la joya de cada banda en formato físico. Los Cd´s llenaban nuestras estanterías y los lucíamos con orgullo. Con Dolores aprendimos a amar platónicamente a una mujer que surgía de las profundidades de un escenario mientras tocaba el piano ataviada con los looks más originales. Ella era esencia pura y nosotros adolescentes embobados.
Su familia dice que prefiere no desvelar los detalles relacionados con su muerte y los diarios sensacionalistas ya empiezan a manchar su nombre con declaraciones de allegados, pero la realidad es que yo solo puedo pensar que ella sí era la diosa de Limerick. Ella, podía ser diva, dueña y señora, porque a todos nosotros nos había ganado.
Adiós Dolores. Ojalá no te hubieras ido tan pronto, porque sin ti cuando hablemos con nostalgia de los años noventa, nada, absolutamente nada, será igual.
Texto; Shara Sánchez