Decía Jairo Zavala la noche del jueves, que se consideraba afortunado por tener tantos amigos. Lo que él no podía llegar a imaginar, era el sentimiento de fortuna que teníamos los que a sus pies, en silencio absoluto, contemplábamos su fin de gira. Una banda formada por tres hombres de zapatos marrones había logrado dejar callado, ensimismado, a un público que ávido pedía más música, más poesía en letras capaces de enredarse en los corazones y echar raíces en ellos. Lo que hicieron quedará grabado en los presentes probablemente para siempre. Porque música hacen muchos, pero con esa pasión muy pocos.
Con calma y sosiego después de las guitarras de Sensacional, Depedro se ponía tras el micro. Su Gibson gastada lucía como una perfecta compañera en sus brazos, nos contaba que lo del día anterior había sido espectacular, pero que pensaba mejorarlo. Tres citas, con una sala Galileo Galilei despojada de sus mesas, llena a rebosar, era el fruto que recogía tras el esfuerzo y trabajo en esta gira. Sus años y bien hacer en la música le han dado el regalo de muchos amigos felices de acompañarle en cada uno de esos días, por lo que para los asistentes era como una lotería no saber quién se subiría al escenario para aportar su pizca de arte.
Como siempre, nos demostraba con su particular forma de hacer las cosas, que los Set List para él no son más que una guía que romper, desde la primera canción ignoraba el orden establecido y daba con ello el primer paso para ganarse nuestras emociones. Hombres buenos que observaban nubes de papel, girones de pequeñas historias que arrancaban en pensamientos o acciones para desembocar en mucho más. Sonidos capaces de hacernos temblar, pero sobre todo sonrisas. Pues ese es su mayor don, hacer de la música un vehículo perfecto para unirse aquellos que le admiran.
Cuando la noche empezaba a sentirse cálida, entre el frío de diciembre en Madrid, Lucas tomaba el micrófono para hacer un pequeño homenaje a nuestra ciudad. Como Pez Mago, nos hablaba de las cosas preciosas que tiene esta urbe a la que amamos y, a la contra de lo habitual, era Jairo el que le hacía los coros. Con él se abría de par en par la puerta desde el camerino hasta el escenario. Álex Acosta de Fuel Fandango subía para hacerse maestro de los sonidos, dotando su colaboración de psicodelia. Pero no era el único miembro de esa banda que andaba por allí y acto seguido Nita y su voz tomaban el escenario para ser protagonistas de Llorona. La combinación de ambos no podía sonar mejor; una llorona sin más adornos que los coros de público, la sinceridad de dos voces y una guitarra española.
Si la desgarradora historia de Llorona nos había dejado sin habla, aún tenía Jairo reservada más magia para completar la noche. De Como Empezamos, arrancaba con un Boas Noites y el pelo repleto de canas de Xoel López que asomaba por detrás de un micro y una guitarra. Punteo con sonrisa picarona y admiración mutua lograba un silencio absoluto, en el que el deseo de “que dure para siempre” se podía palpar en el ambiente.
Depedro ponía un lazo al conjunto de emociones al que llamaba segunda noche de su fin de gira y nosotros nos marchábamos a casa con la sensación de querer que el tiempo hubiese sido infinito.
Autor; Shara Sánchez
Pics; Toe