Hace ya años que la música de Maryland llamó nuestra atención. Un CD blanco con un cohete dibujado en su portada era la seña de identidad de estos chicos de Vigo, que hacían que mirásemos al norte y entregásemos nuestra alma a canciones en inglés dignas del power pop más británico.
Han pasado años, y tanto en ellos como en nosotros la madurez se ha ido instalando, las vivencias se han hecho canciones y nuestra relación con su música cada vez se ha transformado en algo más estable. Desde que nos despedimos con un abrazo fuerte y cargado de decisión en El Sol en noviembre el año pasado, no hemos parado ni un minuto de investigar, y contaros, como sería lo nuevo de Maryland. Por eso al anunciar su concierto en Madrid para presentar este nuevo trabajo teníamos que desprendernos sin remedio de las entradas para ver a Alex Turner y sus monos, sintiendo que a veces no hay que ver a grandes grupos internacionales para sentir la buena música.
Cuando quedaba poco tiempo para el evento descubríamos que El Sol no solo se pondría de gala para los gallegos. La presentación sería doble, y las nuevas canciones que Sr Nadie ha estado confeccionando, dando forma y grabando, también se pondrían su traje de estreno en Madrid.
Salía a escena primero el maestro, rodeado de su banda, y por fin las canciones de Sr Nadie rompían a sonar con batería y bajo en Madrid. Los Jaimes se dejaban acompañar por Toni Toledo y Sara, la fiesta comenzaba y no había más dudas que las que los personajes de sus temas ponían en el escenario. Tras su Mustang roja, con la sencillez de una persona que lleva 20 años haciendo música, y sobre todo con la sonrisa de “estoy haciendo lo que me gusta” nos miraba dándonos las gracias, sin saber que las gracias eran recíprocas.
Cantábamos uno a uno los himnos que nos han hecho volar por la ciudad del aire, agarrados a nuestros peces de colores, soñando en el universo pintado por Jaime en el que nos guio con pasos cortos, experiencias vitales, y su necesidad de hacer música. Dejábamos la realidad de lado para que Noviembre, frío y austero, se transformara en un cálido y brillante Abril, porque él así nos transportaba. No había barreras, toda la música que se ha forjado en el estudio, en cualquier parte del mundo viajando con una guitarra, estaba al alcance de nuestra mano y la tomábamos para disfrutarla.
Jaime nos demostraba que no solo sigue llevando sus Adidas gastadas de siempre para pisar los pedales que dan efectos a música, sino que se sigue rodeando de aquellos que han sabido estar a su lado en los momentos decisivos, e invitaba a Eva Amaral a cantar con él una vez más su mal de cabeza que tanto hemos escuchado. Con la alegría de que seguimos siendo niños ilusionados que quieren ser astronautas le guiñábamos un ojo, para reafirmar que nunca él es insignificante para nosotros. Así nos devolvía el guiño y bajaba del escenario para dar paso a los que un día fueron sus pupilos.
Con Maryland no había tregua ni descanso. Arrasaban el escenario con la misma fuerza de siempre y la sonrisa que ponían en sus dos giras anteriores. Y nosotros respondíamos como hasta ahora lo hemos hecho, saltando y cantando, pues dudamos que pudiésemos hacerlo de otro modo ante su música. Y sin dejar de observar de cerca los ojos de Rubén buscar lo que ha inspirado cada canción de este nuevo trabajo. Esa ilusión que ha dado luz a sus días para cerrar los años muertos y comenzar los nuevos más vivo que nunca.
La esperanza y los ciclos cerrados que nos revela este disco transformaban la noche en una fiesta; la fiesta de Maryland y la de los que les acompañábamos. Brindábamos a base de guitarras, de movimientos de flequillo, lucíamos manos en alto, y nos daban las gracias por cantar los temas nuevos más alto de lo que habíamos cantado los antiguos en el pasado. Sin embargo creo que ninguno de los presentes fuera capaz de no ponerse las botas rojas cuando entonaban el primer acorde.
Nos desnudaban por primera vez su música los Maryland, pues en Madrid nunca habían bajado los decibelios, y nos cantaban como han hecho camino con la mayor sencillez posible. Pero no hay fiesta sin confeti o serpentinas. Así repartíamos entre los asistentes las mejores armas del mundo, esas que llenan de color la noche y que cierran las celebraciones. Las repartíamos entre todos, porque nosotros también estuvimos en la caleta del sol en las tardes de agosto en las que Maryland grababan su nuevo trabajo. Ellos, y nuestras ganas de seguir compartiendo su música nos transportaban allí cada día.
Autor: Shara Sánchez