
Abría el Teatro Lara sus puertas en una sesión tardía para volver a ser el epicentro de la música en la capital. Volvíamos a dejar que nuestros sentidos vagasen a capricho por el terciopelo rojo de sus tapizados, por los brocados y frescos. La elegancia se fundía de fuera hacia dentro, y la música de Julio de la Rosa lucía perfecta en semejante escenario.
Muchos meses atrás habíamos caído rendidos a los pies de los Pequeños Trastornos Sin Importancia, sin saber como de minúsculos o enormes podían llegar a ser dependiendo de quien se dejara adoptar por ellos. Ante esto, no podíamos hacer otra cosa que volver a sentarnos frente a nuestro terapeuta particular, pues una joya como él, no merece menos.
Dudando si los personajes que nos cantaban eran las personas que teníamos frente a nosotros, o si era todo una representación, empezábamos la noche sintiendo como la oscuridad de su música se cernía sobre nosotros. Nieves, mantenía a raya a los enemigos a base de correazos que cortaban el viento y las voces, sonando como un eco rasgado en el Lara. Con risa agónica y malévola acompañábamos ese “subnormal” que sentenciaba.
No era Julio capaz de lucir los zapatos ni para matar mosquitos, y desvestía su impecable traje gris y sus pies, para mostrarnos que pise sobre donde pise lo hace con la fuerza de alguien que está seguro de si mismo. No le hace falta a su galantería americana, ni trajes, sus juegos con frases y palabras le sitúan.
Premios a la antigüedad concedidos entre pingüinos y koalas. Duetos que encogen el alma, entre los escombros del corazón, y la sonrisa que asoma, pues si el amor es un trastorno, uno más que más nos da. Silbando y aplaudiendo jugábamos a contar que el tiempo era nuestro aliado en el Show de Julio, debe ser que las maldiciones más comunes que nos hemos aprendido nos servían de mantra grupal, pues ninguno callaba el “que te jodan”.
Salir de una sesión de terapia como esa, en medio de la noche, no había hecho más que aumentar nuestros trastornos, o más bien nuestra adicción a ellos, pero tal vez es lo que buscábamos, seguir recreándonos en los Pequeños Trastornos sin Importancia de nuestro terapeuta, que en calcetines, atiende siempre nuestra avidez de su música, y nos despide diciendo que el amor puede ser saludable.
Autor; Shara Sánchez.