Esta Semana Santa decidimos santificar a los genios, por lo que irnos hasta Valencia para ver a Julio de la Rosa y Helena Goch nos parecía un plan de lo más apetecible. La primavera se mostraba poco indulgente y en la Terraza del Espai Rambleta, soplaba el viento y las nubes amenazaban, hacía un día perfecto, como bien señaló Julio, para morir de frío al aire libre.
Si has visto alguna vez a Helena Goch, sabrás que desprende una alegría sobrehumana. Es capaz de transmitir tantas cosas por minuto en el tiempo que duran sus conciertos, que siempre consigue hacer sonreír hasta a los que se atrincheran en las últimas filas o en la barra. Suele explicarnos divertida sobre sus composiciones, el porqué de las notas o que lleva muy poco tocando la guitarra. El talento de Helena reside en que hace que los que se acercan, consigan sentir lo mismo que ella con su música. Valencia, como bien nos recordó, es su casa, su antiguo hogar y muchos de los que fueron al matinal formaban parte de su familia o círculo más cercano. Mientras su madre contemplaba por primera vez a su hija sobre un escenario, Julio desde la puerta, hacía las veces de productor asintiendo concentrado. Entre películas y Hits Helena logró hacernos pasar un rato estupendo.
Cuantificar el nivel de genialidad de Julio de la Rosa es una tarea ardua. Su reconocimiento ha ido llegando de forma continua durante toda su carrera y con él, ha logrado salirse de todas las escalas, aunque realmente el momento en el que nos demuestra su enormidad siempre es sobre un escenario. Cuando se cuelga una guitarra y coge un micrófono, no necesita absolutamente nada más para demostrar porque muchos le llamamos GENIO. Su presencia y su manera de dar forma a la música, logra por méritos propios, dotar de sentido todo lo demás. Cuando el domingo ascendió los escalones que le separaban de su lugar, el aliento de todos se contuvo. No le hizo falta ni empezar para que supiéramos que lo que íbamos a ver a continuación era digno de atesorar para siempre. Sabotajes, desamores y otros trastornos que conocemos muy bien se pasearon por Valencia, abriendo las nubes y dejando que cantásemos cual mantras para liberarnos de las penas. Logró poner de su lado hasta la tecnología, que se reveló a la mitad del concierto y le obligó a cambiar de guitarra y cables.
Es posible que no haya palabras ni definiciones para contaros como, con su sola presencia, ese escenario se llenaba más que con la mejor de las bandas. Infinitos loops en el momento adecuado encumbraban las canciones. Cuando todo parecía terminarse, logramos a base de insistencia, volver a crear un momento de intimidad cantando con él y dejando que el final del concierto se fundiera con la frase; nada nos va a parar.
Autor; Shara Sánchez
Pics; Toe