La Deriva ha tenido tiempo suficiente de desdoblarse, de volver a pisar con el mismo paso firme, reinventada y sin perder su esencia, atracando en el Palacio de los Deportes como culmen a los grandes recintos que han tenido la suerte de acogerla. Dirigida por sus protagonistas, banda, equipo y público, proclamaban su esencia haciendo historia como los grandes: en un espacio a su medida. Muchas y muy altas, eran las voces que reclamaban que esa cita fuera la coronación de Vetusta Morla en la ciudad que les había visto elevarse. Por lo tanto, desplegaron las alas, mostrando la belleza y la practicidad de esos motores. Daba comienzo un antes y un después. La línea que trazaban con los primeros acordes de su Deriva era historia de la música patria. La emoción, un sentimiento compartido. Ese recinto cargado de almas, una olla a punto de explotar.
Pucho lucía la tierra sobre su torso, punto y final también a ese particular homenaje a los elementos en forma de camisas que ha significado esta tanda de conciertos. Seguros, cargados de ganas, lanzaban la moneda al aire, la noche para recordar se soltaba de los hilos y comenzaba a volar envolviendo uno por uno a los presentes. El Palacio se incendiaba por un fuego indescriptible, miles de manos se agitaban en el aire, dicen que eran 15.150, pero nosotros pensamos que lo que ocurrió llego a cada hogar, a cada lugar recóndito que quiso ser alcanzado.
Olvidábamos que nos encontrábamos en una jornada reflexiva, aunque puede que eso fuese precisamente lo que nos empujase más a cambiar las cosas. Los idiotas no tenían cabida en nuestra burbuja de felicidad. Madrid se detenía, el fluir de sus calles se quedaba estático, lo que hacía grandes a cada uno de sus habitantes comenzaba un sábado por la noche entre guitarras, coros y graves. Volvía a caer el telón dejando al descubierto las entrañas de una maquinaria perfecta, una maquinaria que como combustible usa sencillamente emociones. Suerte que nunca estuvieron hundidos en lo general, suerte que fijamos nuestros ojos en ellos a tiempo para poder contemplar la evolución de estos tres discos. Como recompensa les observábamos felices, en algún momento incluso con lágrimas en los ojos y es que al fin habíamos despertado en el lugar del que no nos queríamos marchar.
Como viajeros intrépidos nos decían adiós con sus manos en alto, se despedían hasta noviembre, nos reencontraremos en el mismo lugar. Ese día volveremos a acariciar con pasión sus emociones. Dicen que todo lo que ocurrió se lo contarán a sus nietos, nosotros también. Podremos decir: estuvimos allí cuando Vetusta Morla alcanzó el primer Palacio y sentó las bases de algo emocionante que cambió la música para siempre.
Autor; Shara Sánchez