Ni siquiera la fuerte tormenta que cayó por la tarde en Zaragoza impidió a los seguidores más fieles del grupo catalán hacer fila a las puertas de la mítica Sala Oasis. Con todas las entradas vendidas, el recinto se fue llenando de espectadores que querían formar parte del particular universo infinito de Love of Lesbian.
Con la intención de crear ambiente, desde el escenario empezó a invadirnos una densa (demasiado densa) capa de humo blanco. Al principio uno piensa: “¡Oh, qué bien, que halo de misterio, qué clase, qué elegancia!”. Pero cuando la situación empieza a ser más preocupante que el Titanic en un día de niebla densa, pasas a temer que no se trate de un golpe de efecto sino de un gas narcótico sembrado por los marcianos como castigo por relacionar su imagen con la de E.T., que es el ser más feo y amorfo de la historia de la ciencia ficción. Puede que todo esto sea una enorme tontería, sin embargo también puede ser que dicho gas me afectara al cerebro.
Cuando la niebla se disipó, Santi Balmes y su troupe salieron a escena. Nos comentó que venían a “Renovar nuestra historia de amor con Zaragoza”, amor que quedó claro que es más que correspondido. Empezaron a desgranar los temas de su nuevo disco, trasladándonos a un universo poblado por toda clase de seres extraños: Homínidos que bailan con cierta clase, la voz de Edgar Allan Poe entre dos contenedores e incluso gatos con novias formales que les dan ultimátums.
También hubo tiempo para temas de discos anteriores. Subimos al etéreo taxi del grupo y viajamos en el tiempo hasta “1999”. En la siguiente parada, Balmes nos comentó que es bueno tener un sitio donde gritar, donde desahogarse: “Ya sea a las afueras de la ciudad o en tu casa. Bueno, en vuestra casa no lo recomiendo…”. Sin embargo, hubo quien decidió que el mejor lugar era el propio concierto: cantar y chillar como si no hubiera un mañana. La Oasis pasó a ser “Allí donde solíamos gritar”.
Después de esto, llegó uno de los momentos cumbres del concierto: “Me Amo”. Tras explicarnos en qué consiste “el síndrome de la escalera” (ese momento en que te dicen algo molesto, se te ocurre una respuesta ingeniosa demasiado tarde y ya no puedes darla por miedo a parecer más corto que Homer Simpson), nos demostró que el estribillo de esta canción sirve como respuesta en cualquier ocasión: ya sea en una incómoda entrevista de trabajo o como método para reafirmar tu autoestima cuando descubres que tu capacidad de seducción no es la misma que la de Tiger Woods.
Otro de los momentos de risas colectivas ocurrió durante “Algunas plantas”. El cantante invitó a los asistentes a imitarlo y agacharse durante la canción. No sé de donde viene esa costumbre, igual tiene algo que ver con la letra, pero no pude prestar atención porque estaba demasiado ocupada contemplando sus constantes cambios de looks: Gorra de policía, gafas de pelo rosa, camisas de flores, sombreros varios… Si por algún casual, el éxito de esta banda residiera en sus estilismos, yo me resistiría a intentarlo: demasiado agotador. El caso es que cuando me quise dar cuenta, toda la sala estaba en cuclillas por los suelos. ¡Cómo para no estarlo! Una señora intentó levantarse y el cantante le hizo un gesto de que ni se le ocurriera. Os voy a dar un consejo: Si vais a un concierto de los LOL, haced lo que veáis, ya lo decía Darwin: adaptaos para sobrevivir; tienen fans muy enérgicas y no os conviene ir contracorriente (mejor arriesgar las lumbares que la vida).
Así pues, viendo la entrega del público zaragozano, Santi Balmes bajó entre el público para cantar aquello de “Para pa para pa ra ra, fantáastico”, acompañado de una pegajosa lluvia de confeti. Y no fue eso lo único que llovió: Al poco rato, cogió una botella de agua y roció con ella al personal. Sí, un gesto muy rockero y todo lo que queráis, pero aun estaba yo quitándome confetis del pelo cuando me surgió el nuevo problema de llevar toda la camisa empapada. Por algo estas salas son para mayores de dieciocho: Organizan conciertos de alto riesgo.
Ya hacia el final, el cantante, como queriendo hacer honor al nombre del grupo y demostrar que están a favor del amor libre, le dio un beso a su guitarrista. Y al poco le inquirió: “Tío, te estás equivocando de acordes, ¡eso significa algo!”. Su compañero, en el mismo tono jocoso que fue la tónica de todo el concierto, le respondió: “Me tiemblan las piernas, es que me he puesto tontorrón”. Aunque no seáis admiradores de sus letras mitad hilarantes mitad romático-profundas (cosa casi imposible, hace mucho que caímos rendidos ante el Club de fans de John Boy), merece la pena ir a un concierto de los catalanes solo por el ambiente de risas entre colegas que son capaces de crear.
Con Oniria todavía flotando en el ambiente, Love of Lesbian se despedían de aquella “orgía de emociones” y daban las gracias a su peculiar oasis de seguidores. De esta manera, terminó una noche eterna que se nos hizo corta.