Caminábamos el sábado con pasos firmes y decididos a la ribera del río, con dirección a tomar una página en blanco para detener los relojes y escribir, en ese tiempo robado, la historia de un grupo. Ese grupo que nos ha retado en tantas ocasiones a bailar la canción perfecta abrazados a la persona amada. El mismo grupo que nos hace delirar con el rock más frenético. Ellos que tienen en su poder la capacidad de hacer del cielo y del infierno, con su dualidad, el mismo lugar.
Protagonizan la sencillez de un Show, que tiene su imagen basada en un trozo de cinta aislante que reza las iniciales del cantante de la banda y no distrae en absoluto el respeto a la música que profesan. La muestra de ello era el regalo que nos otorgaban sobre las tablas a modo de calentamiento de la noche. Si el amor a la música te lleva a un concierto de rock ¿por qué no disfrutar de música clásica primero? Así desempaquetábamos ese presente que nos hacían, y entre escalas y arpegios pasábamos la primera hora.
Rebuscando en el cajón más profundo de su trabajo, con el que han pasado de tocar en su roquita a ser un altavoz de cara al mundo, nos iluminaban las sonrisas y daban el paso definitivo a decir un hasta luego a este último disco con portada de Instagram. A pesar de todos los encuentros previos mirándonos a los ojos, separados por unos palmos de distancia, una vez más buscábamos el sitio privilegiado en el que situarnos para volver a mirar de frente de Luis Albert, con su rickenbacker apuntando directa para desbaratar nuestras emociones, el arma perfecta para no dejar impasible.
El Set List parecía decirnos desafiantes hoy saldréis de aquí sin poder decir “me ha faltado”. Repasaban una por una incluso esa canción olvidada que no había tenido lugar en toda la gira. Desvelando hasta el por qué de su música, con el desagradable inconveniente de tener que pedir silencio a los más irrespetuosos. Lástima que algunos no sepan que a los conciertos se va a cantar, bailar, disfrutar y respetar. Ese Girl aspirado se llevaba el aliento que nos quedaba.
Todo cuadraba, todo encajaba. Los juegos, los guiños, la vuelta al pasado para tomar una vez más las baquetas y disfrutar del reto. Todo se vivía maravillosamente perfecto. Justo como lo habíamos imaginado al hacernos con los ticket de acceso a la música de LA.
Cuando la noche tocó su fin, nos dimos cuenta de que no se habían parado los relojes. El tiempo, caprichoso, había corrido en nuestra contra y nos había arrebatado ese concierto de las manos. Sin embargo a cambio, nos habían dejado la huella única y especial de haberlo vivido desde el principio hasta el final. Porque después de todo, si dejas la puerta abierta puede que sus canciones en directo vuelvan a abrazarnos en unos meses.
Autor; Shara Sánchez