Jueves en Madrid. Un jueves de esos en los que las manifestaciones colapsan la ciudad. Un jueves de los que estás harto del trabajo y solo quieres que llegue el fin de semana. Un jueves de los que piensas que nada se puede arreglar. Entonces, te das cuenta de que ese jueves es el jueves de Maryland, ese en el que el GPS vuelve a traer a Madrid a una de tus bandas favoritas. Eso, te devuelve la sonrisa.
Y así, corriendo al Costello con un buen arsenal de confeti en el bolso, y tarareando la Caleta del Sol nos acercábamos al final del día. La lección bien aprendida, puesto que canciones nuevas y antiguas forman parte de nosotros, abrazos de reencuentro, y el saber que cuando vamos a ver a Maryland no solo vamos a ver a una banda gallega que hace km y km para sembrar su música. Cuando vamos a ver a Maryland vamos a vivir una fiesta que nos hará más felices en el tiempo que dure ese Show.
Guitarras colgadas, composición rara, a Pati casi ni le veíamos, podría haber estado tocando en pijama y no nos habríamos enterado. Y pesar de todo, lo raro, lo habitual, el sonido, la música, las letras, todo resplandecía, la moneda se lanzaban al aire y quedaba suspendida, era el tiempo del disfrute, nada nos lo podía impedir. La bomba atómica caía sobre el Costello. En inglés, siendo los de siempre, y con la energía arrolladora que define cada una de sus actuaciones comenzaban con el objetivo de que ninguno conservásemos nuestra capacidad auditiva al salir.
Pero si ahí en Los Años Muertos están los posos de lo que han sembrado anteriormente, siguen creciendo como banda, perfeccionando cada minuto, luchando por estar más presentes. Abriendo un hueco en cada persona, siendo tan importante para ellos gustar al que va a verles por primera vez, como los que son ya viejos conocidos. Sin duda una buena dosis de Catapulta infernal de los gemelos, que aquí son guitarrazos y voz mezclados con un bajo, la pegada que va por los aires de Álex, sumado todo al bien hacer de Pati y Arturo, nos hacía saltar, cantar y sudar empapados de alcohol y algo más.
Y si creíamos que ya habíamos visto todo lo que Maryland era capaz de hacer en directo, ellos rizaban el rizo y en un alarde de madurez, Rubén nos emocionaba hasta las lágrimas. Camino cierra el círculo de un disco que a nuestro antojo es cuasi perfecto, y donde nada está elegido al azar. Por eso la canción lleva un nombre propio, un nombre bajo el que se cobija la felicidad, las nuevas oportunidades, hay mucho más en esta canción de lo que vemos a simple vista.
Al final no pido más que una verdad, y al sentir calor irradiándome en la piel, solo queda convertir el local en un estallido de papelitos de colores. Sin duda, me queda tanto por saber de vosotros que no dejaré de buscar bajo lo obvio. Al final, nos hemos quitado las botas rojas, pues nos pesaban para el camino, ahora seguiremos adelante tras el rastro de los papelitos de colores y la felicidad.
Autor; Shara Sánchez