Sábado 15 de febrero, sala LAVA, Valladolid. Zapatos negros de tacón, medias de rejilla, vestido negro y verde y esa absoluta elegancia que es inherente a su persona. Carmen París aparece en escena. Camina (desfila mejor dicho, porque con semejante modelito pensé que nos habíamos equivocado y aquello era la Fashion Week parisina) hacia el centro del escenario. Sonríe, una sonrisa tranquila, esa clase de tranquilidad que es fruto de años de trabajo, de mucho amor por las cosas bien hechas y de tener la certeza de que estás haciendo lo que realmente quieres hacer.
Tras esta entrada triunfal digna de las grandes películas de Hollywood, va la buena mujer y se tira al suelo. Tal cual. Se sienta sobre el djembe, instrumento de percusión que no creo que mucha más gente en España tenga el talento suficiente para tocar sin parecer un macaco, y arranca con Pa mi genio. Solo ella puede estar sentada en semejante chisme, hacerlo sonar como si hubiese nacido con él bajo el brazo y no perder ni un ápice del glamour que la caracteriza. Cualquier mortal adoptamos esa misma pose y parecemos una gallina lesionada.
Y en cuanto comienza a cantar, mientras golpea con certeza la piel del djembe, dejamos de ver a la artista (me refiero en sentido figurado, porque es alta como pa verla desde lejos…). Carmen es capaz de fusionarse con sus creaciones, no es una persona cantando y tocando un instrumento; es la comunión perfecta de todos los ingredientes que va fusionando. Su música tiene la capacidad de llegar incluso a los que no entendemos nada del tema: sortea las barreras de la razón y las ideas preconcebidas para llegar directamente al corazón, sin intermediarios. Te desarma desde el primer momento.
Termina la primera canción y el público rompe en aplausos. Se levanta y se sienta al azulado piano que fue su único acompañante durante toda la noche. Así, va hilando temas de sus trabajos anteriores con las “jotas por jazz a lo Frank Sinatra” que publicó el año pasado. Hay quien no entiende que ahora se pase al inglés siendo que lo que está de moda entre los grupos nacionales es volver castellano para aumentar su público. El día en que la maña deje de hacer lo que le da la gana y se deje influenciar por algo que no sea su propio instinto, muchos perderemos la poca fe en la humanidad que solo ella nos hace vislumbrar.
Y durante todo el concierto, te das cuenta de que Carmen París es música en todos los sentidos. Primero: porque lo vive tanto que es capaz de ponerse a cantar joticas en el metro aunque la miren como si estuviera mal de la cabeza (que muy bien tampoco está, porque introducir en sus canciones conceptos de física cuántica es un invento que tiene casi tanto de extraño como de genialidad). Y segundo, esta mujer no es cantante, es música: sí, tiene una voz que pone los pelos de punta aun cantando un tema que ya has oído mil veces; pero es que además escribe y compone y hace los arreglos y toca varios instrumentos y busca nuevas formas de reinventar la tradición y busca telas para crear ambiente y que el piano no pase frío. Es sin duda una fuera de serie y acumula más talento que la mayoría del panorama musical de este país.
Esto también lo demuestra en adaptaciones de temas como “Mediterráneo” de Serrat. No se limita a versionarlas, va más allá: “Le he metido un viaje, ¿eh? Os aviso. No vayáis ahora de “bah, ¡está me la sé!”. Ella nació en el Mediterráneo (en Tarragona, no en el mar en sí, aunque con esta mujer nunca se sabe) y quizás es eso lo que hace que si cierras los ojos puedas ver y sentir la letra en tu propia piel. Pero ojo, aquí hago una aclaración: me parece estupendo que naciese donde quisiese, pero no nos confundamos, Carmen es maña, es nuestra, así que mucho cuidado con cualquier intento de robo o expropiación; si la gente en Aragón se puso como loca con el trasvase del Ebro, no quiero ni imaginar la que podemos montar si nos roban a la jotera. Avisados quedáis. Volviendo al tema, nunca he visto a Serrat en directo (ni lo haré, ya que no creo que él tenga la deferencia de ponerse refajos y medias artísticas para que yo me entretenga) pero el resultado final de la versión parisina es, con permiso del maestro, de una belleza insólita (o in-solita, como mejor os venga el acento).
Con el ritmo serpenteante de “Agua que ha de correr” volvimos a sus propias canciones y el curso trepidante de la actuación fue arrollando a todo el público que aplaudió, cantó y rió hasta más no poder. Respecto a esto último, a lo de las risas, está claro que Carmen es un espectáculo en sí misma, en cuanto abre la boca, aunque solo sea para preguntarte la hora. De hecho, voy a iniciar un crowdfunding para hacer un “París en el salón de mi casa” pero sin cantar: quiero que simplemente presente las canciones y cuente su vida como solo ella sabe hacerlo. Es una causa noble, así que, como dijo Lola Flores: “Si una peseta me diera cada español, podría tener a la París en mi casa contando lo del spin y el quark”.
Siguiendo con su clave de humor, he de agradecerle que salí de ahí mucho más culta de lo que entré. Aprendí cosas como que: la rima de Camboya no es fácil, la luna se ha dado la vuelta pero si no eres de campo no te das cuenta, “illas” no es lo mismo que “ejazz”, lo jotero queda mejor que el pop y, por último, si queréis hacer una canción delicada no pongáis que “tantas lágrimas me cuesta la pena que me estás dando, que aguachiné las judías que ayer estaba escardando”.
Con “Cuerpo triste” cerró el concierto. En este tema pidió colaboración en los coros ya que “entre que hago el bajo, el tumbao, la solista, el coro… ¡es que me ahogo!”. Y todo esto, girando la cabeza hacia la gente para estar más cerca, no creo que haya muestra de amor más bonita que ganarse una tortícolis por mirar al público.
En momentos así, llegas a una conclusión: no es que la París toque bien el piano, es que si tuviese que competir contra Beethoven, el compositor se pillaría los dedos con una puerta para evitar quedar en semejante ridículo. Es excepcional en todo lo que hace y no me cansaré de decir que en este país no se apoya en absoluto el talento; es más, cuando alguien es temerario e intenta innovar y hacer algo diferente, le llueven las críticas.
Oscar Wilde dijo: «Cada acierto nos trae un enemigo. Para ser popular hay que ser mediocre». Así que Carmen, lo siento mucho pero vas a tener que seguir batallando contra los fantasmas de la incomprensión y la ineptitud, porque tú eres de todo menos mediocre. Sigue haciendo canciones terapéuticas, sálvate y ¡oh, todopoderosa diosa de la jota! sálvanos al resto aunque no seamos dignos ni de tocar tus deslumbrantes vestidos.
Si no vives en amor, hazte fan de Carmen París, es la forma más rápida y efectiva de tocar el cielo una y mil veces (por no hablar del placer que produce dejar caer en una conversación cosas como “no es una casualidad, es el principio de sincronicidad de Carl Gustav Jung”).
Autor: Marta Asensio