Los cuatro pisos de escaleras de mármol adornados con sus espejos y estatuas nos anunciaban que el entorno del concierto esta vez cambiaba de las salas subterráneas, donde el grunge es casi una obligación, a las alturas y el lujo de las lámparas de araña. El escenario enclavado entre las columnas de la majestuosa sala del Círculo de Bellas Artes, aguardaba impaciente a Rufus T. Firefly que bajo la promesa de un concierto único, nos habían congregado a sus pies. Por fin, daba comienzo una noche totalmente diferente a las que hemos vivido hasta la fecha con la banda de Aranjuez. Ser testigos del merecido ascenso de su música es uno de los mayores privilegios que contamos entre nuestros tesoros y, sin duda, lo del pasado viernes quedará guardado en nuestra memoria para la eternidad.
Comenzaba Víctor cantando en inglés, la primera etapa de Rufus llevaba por bandera ese idioma y aunque en muchas ocasiones han confesado que lo dejaron para ser más sinceros con ellos mismos, a nosotros nos parece que les queda como anillo al dedo. Si ya de por si al escucharles cantar en castellano evoca una influencia de bandas como Radiohead, el inglés lo hace muchísimo más evidente. Desde el primer minuto que pasaron sobre el escenario dejaron claro que lo que iban a ofrecernos era totalmente evocador y los sentimientos que ello provocara, tanto sobre el escenario como entre nosotros, no iban a pasar desapercibidos. Una por una atesorábamos las canciones, que además se mostraban en el orden en el que su discografía las contiene. La Historia Secreta de Nuestra Obsolescencia Programada nos revelaba todo lo que tenían que decirnos y Alberto, volvía a una banda en el que el puesto de teclista había permanecido vacante desde el principio del concierto. Con la sencilla frase de; “y si no lo entiendes habrá sido la mayor de las derrotas, el peor de los finales” se hacían dueños de nuestros corazones. La banda volvía a lucir como todos estos años, encerrada en el paréntesis que significaba este concierto. Sin Manuel Cabezalí tampoco serían los chicos que conocemos, el productor único y absoluto, tenía el privilegio de cantar una de sus canciones favoritas de sus pupilos. El conjunto nunca estuvo más lleno.
Emilio Zanón llegaba con Nueve, el disco más sincero de Rufus. Aunque decir “llegaba” detrás del nombre de Emilio no es del todo cierto, porque la verdad es que siempre ha estado ahí. Con este disco también Rodrigo, el nuevo teclista de la banda tomaba su puesto, y abrazando a Alberto las posiciones quedaban cuadradas. Cuando parecía que la metrópolis nos iba a dejar la miel en los labios, Dentro de 7500 años nos alimentaba en un nuevo derroche de nouvelle cuisine. En un intento de captar todo lo que ocurría, los sentimientos quedaron al aire libre y el disfrute fue completo.
Pompeya y su sonoridad aplastante casi dejan todo sumido en el mutismo más absoluto, el suelo se curvaba ante nuestro frenetismo. A esas alturas lo más curioso era pensar que los que se encontraban una planta por debajo de nosotros, cenando en sus lujosas mesas, no supieran que arriba se estaba desatando la locura. Con un directo y problemático nombre propio ponían fin a su retrospectiva. Cerraban las fundas y desmontaban los amplis. Nos volveremos a ver, amigos. Mientras tanto vamos a ver al doctor, sentimos que nuestra alma necesita un concierto así al menos una vez al año para seguir viviendo, tal vez con una receta seamos capaces de convenceros.
Autor; Shara Sánchez.