Aranda de Duero como cada año. Como tradición, como peregrinación. Ese lugar al que vuelves porque sí, ese lugar que no puedes dejar atrás, ese lugar que es el Sonorama y que nos tiene cautivos más por sentimentalismo que por otra cosa. Este año, además, huíamos de espejismos y horas de más, apurábamos los días y llegábamos al viernes con tantas ganas que tele transportarnos nos habría parecido lento. Bocadillos y carretera para escapar de la urbe, mirando a nuestro alrededor y analizando quien llevaba nuestro mismo destino. Puede que eso sea lo que nos ata a Aranda, el hecho de que sabemos que allí nos encontraremos con los que vemos cada día y con los que solo vemos una vez al año.
El cartel de este 2015 repetía un buen número de nombres que hemos tenido cerca siempre, esos grupos de cabecera a los que habitualmente recurrimos y que no nos suelen fallar. Por eso y por otros motivos, la sonrisa brillaba bien luminosa. Hotelito con aires de montaña y ciervos esperándonos, sin apenas mirar a nuestro alrededor, salíamos corriendo sin dar tiempo al aliento para llegar al recinto.
En nuestra primera toma de contacto nos encantaba el cambio de la pequeña carpita de plástico, que ha dado lugar a un escenario en condiciones, donde artistas y público, cambian la denominación “futuras estrellas” por un escenario con menos diferencias. Nuestros miedos respecto a que el sonido se mezclara con el escenario principal, quedaban disipados en el primer momento. El relevo de la carpa, este año se lo ha quedado Carmona. No solo tocaba como Aloha Carmona, también se paseaba pidiendo solidaridad con su proyecto Leaozinho y añadía una iniciativa que ha tomado el nombre de Meetin Arts. Ahí era donde volvía a entrar en juego una carpa de plástico demasiado pequeña como para albergar a todos los que queríamos formar parte de estos acústicos. Si Jacobo Serra ya desbordaba las paredes de plástico, a Jairo Zabala, Depedro, solo le veíamos de lejos el pelo rizado. ¡Qué tendrá lo íntimo y sencillo que nos vuelve tan locos!
La noche del viernes hubo dos conciertos destacables que hicieron nuestras delicias. Uno de ellos fue el que nos regalaron “Los Jero Romero”. Bajo las alas de este nombre propio, se luce una banda de músicos digna de rendir pleitesía. No solo se plantaron en su formación habitual, en la que sus espaldas pueden incluso notar el aliento de sus compañeros de escenario, sino que salieron a esa escena cargados del buen ambiente y las miradas cómplices a las que nos tienen acostumbrados. Es difícil describir como nos invadía el júbilo y no, no lo achaquéis al Ribera de Duero, solo su música y su manera de hacerla brillar en la fría noche arandina, era lo que nos provocaba ese efecto. Los cincuenta minutos que tuvieron fueron aprovechados al máximo, sin demasiadas charlas, tal vez cuando la música brilla de esa manera es que no necesita más adornos.
El otro concierto que nos dejó maravillados fue el de Mi Capitán. Gonçal y el resto de su súper troupe, se nos habían escapado en las citas que nos pillaban más cerca, Madrid y sus coincidencias a veces juegan malas pasadas. Puede que ellos mismos, habitualmente, salgan a ganarse a todos, seguidores y haters, o puede que quieran dar las razones por las cuales están ahí, pero de verdad que el viernes noche el nivel de su concierto estuvo por encima de la media. Guitarras afiladas, letras con intenciones buenas y malvadas, dando importancia máxima a que el sonido volase raudo hasta los que se habían acercado a escucharles.
La recompensa de acostarnos prontito el viernes, fue la frescura máxima que lucíamos el sábado. Nos portamos tan bien que nos merecíamos el copioso desayuno, zumo de naranja incluido. Pero si algo realmente nos había motivado para irnos a la cama a una hora prudente era el premio que nos esperaba en la Plaza del Trigo. Viendo como estaba de gente el recinto pensamos que la famosa Plaza no iba a ser menos. No nos equivocamos ni un ápice, todos querían ver como triunfaban los grupos del sábado. Coger un buen sitio no era tarea fácil, a la sombra y con ganas empezábamos nuestro último día del Sonorama 2015.
La Plaza no suele decepcionar, pero lo que ocurrió el sábado nos confirmó que los cimientos de ese lugar son los más resistentes del planeta. Comenzaba Tórtel a cantarnos con mucha clase, una banda de lujo y muchos amigos que querían colaborar con él. Alex Jordá y David T Ginzo le ayudaban a remataban su tiempo sobre el escenario en un contundente final que hacía volar hasta las gafas de sol. Le seguían Señores, a quien no habíamos visto nunca en directo a pesar de ser unos de los elegidos del GPS y haber escuchado hablar de ellos. La banda bilbaína nos hacía preguntarnos por qué motivo no habíamos prestado más atención a su música. Amor a primera vista y un señor concierto que nos hacía enmarcarlos entre algunas de nuestras referencias musicales. ¡Qué intensidad y que manera de transmitir!
Pero el grupo que más ganas teníamos de disfrutar en el Sonorama era Rufus T Firefly. Os preguntaréis ¿por qué si les hemos visto tantas veces nos generaba esa ansiedad y nervios? La verdad es que lo hemos pedido con toda la fuerza que nos ha permitido la voz y a todos los que nos han querido escuchar, por eso el hecho de que tocasen en un escenario tan mítico se había convertido en una cuestión personal. Fue tan hermoso verles subir, poder contemplar todas sus emociones, que sinceramente parecía que fuésemos a tocar nosotros. Todo eso nos hacía olvidar que no teníamos ni un milímetro de espacio para movernos y que la sensación de estar allí era un pelín agobiante. Los Rufus, siempre tocan al mismo volumen, hemos podido vivir su música en salas con 5 personas, en lugares abarrotados, hemos visto este ascenso que han logrado a base de trabajo y os podemos decir que es más que merecido. Nueve años de trabajo y de amistad, momentos bonitos y momentos duros, recogen las mieles en este año. Con este disco. No podemos alegrarnos más de que decidieran soltar de golpe y en forma de canciones todas las razones por las que deberían estar ahí. A título personal os diremos; qué bien sienta apostar y ganar.
Que la Plaza siempre tiene una sorpresa ya no es ningún secreto. Desde la noche anterior las quinielas iban de un lado a otro, tal vez la aparición el jueves de La Habitación Roja con sus versiones, daba algunas pistas de que lo que iba a suceder sería mágico y por eso nadie pensaba perdérselo. Carmona volvía a tomar las riendas del festival cuando Javier Ajenjo se las entregaba en bandeja y estallaba el delirio. Xoel, el pionero de esta iniciativa en su día, nos incendiaba con una versión de Tournedo. De ahí en adelante, esa, y otras cuatro canciones se hacían las dueñas del festival; Pucho nos convertía en parte de su brigada, homenajeando a unos León Benavente que siempre han confesado ser fieles amantes del Sonorama. Zahara saltaba sin medida al ritmo de un Que No, de lujo. Ángel Stanich se transformaba en Lori Meyers y por unos minutos su realidad era la misma que la de una plaza enfervorizada. Para cerrar y poder irnos a devorar algo después de cuatro horas al pie del escenario, los fans de John Boy eran menos raros que nunca en boca de Marc Ros.
El cartel de este año situaba demasiado temprano a tres grupos que eran de nuestras grandes apuestas Zahara y su “bandaca” y Mercromina junto con Willy Tornado. Tenemos la teoría de que en realidad el equipo del Sonorama está preocupado por nuestra forma física y quiere vernos correr por el recinto con ánimo. Cuando el sol nos abandonaba y nos poníamos la chaqueta, llegaba el toque de magia. Xoel López es otro de esos músicos al que hemos visto infinidad de veces pero nos llamaba poderosamente la atención su actuación en el Sonorama, puesto que nos había hablado de algo diferente, sin banda. Algo realmente especial. Cumplía su palabra y llenaba con sus canciones un escenario que se hacía pequeño ante su sencillez y su saber hacer. Lo que ocurrió mientras la noche se apoderaba de Aranda está más allá de lo especial. Xoel hizo de su tiempo algo que emocionó a todos y nos colmó de un enardecimiento sin restricciones. Mientras a pocos metros, nos perdíamos a Havoc.
La masificación del recinto el sábado hizo que nos perdiésemos a algunos grupos, tuvimos que elegir entre cenar, hidratarnos o la música. El festival ha crecido y los que somos viejos conocidos hemos sentido como se han escapado las comodidades de un festival familiar. Desde la organización nos han asegurado que trabajaran duro a lo largo de este año para poder solventar todos aquellos motivos de queja.
Llegábamos justos y abrigados al concierto de Vetusta Morla. Ellos nunca fallan. Aunque el sonido, desde la primera canción se mostraba demasiado amortiguado, las emociones que logran destapar con sus canciones compensaron todo. La verdad es que es sorprendente como esta Deriva logra que cada concierto sea nuevo, único y llego de algo que no habías visto en el anterior. Es un hecho que queremos que todos nuestros días sean tan raros como ellos quieran que sean. Neuman captaban una vez más nuestra atención. Somos adictos a su rock cargado de distorsiones buscadas, a sus sonidos por encima de la media, pero la verdad es que los cambios en sus filas, cada vez más, nos tienen algo desconcertados.
El final del concierto de Rick Brendan, su pecho con un corazón de pelo, sus delirantes canciones, fueron nuestra última imagen del Sonorama. Hasta el año que viene Aranda. Nos vemos cuando cumpláis 19, estamos seguros de que volveremos, porque algo tiene Aranda, algo tiene el Sonorama. Como cada año.
Autor; Shara Sánchez