En medio de una voragine de conciertos, en los que todos los grupos del panorama nacional querían acabar el año con nosotros, nos llegaba el anuncio de que Veintiuno habían escrito un diario del Atlas para contarnos como han mostrado las páginas al mundo. Tras confirmar y reconfirmar nuestra asistencia, con nuestro paracaídas para el salto en la mano, nos presentábamos en el Costello, para jugar con ellos a hacer ruido.
Previo a los de Toledo, DJ Pichurra pinchaba himnos para los presentes, y ni los virus ni el tráfico congestionado de Madrid lograban que muchos bailásemos al son de himnos con los que hemos crecido y las últimas tendencias.
Por fin el Ruido perfecto tenía su turno. Salían a escena los Veintiuno con tantas ganas que parecía que se iban a comer el mundo, sin palabras nos miraban a los ojos, y hacían Malabares con el tiempo que les regalábamos, con el suyo propio y lo enredaban en un nudo que nos ataba a ellos de nuevo. Un nudo que une y que no separa jamás, si has visto a Veintiuno en directo sabrás que su música, sus ganas, y su humildad sobre el escenario, hacen de ellos lo que son, un grupo del que te enamoras para siempre. Todo eso en un solo tema.
Suspendidos en el vacío nos envolvía la sensación de que hay temas que aunque no sean tuyos los puedes interpretar del mismo modo que aquel que los escribió, el pequeño homenaje a Jaime García Soriano era lanzado como un cohete. Ilusos somos todos, si pensamos que la música no se apoya entre sí, y los músicos no son pilares fundamentales los unos para los otros.
La voz de Diego estaba por encima de todo lo conocido, el concierto estaba tan preparado que no dejaban ninguna nota sin hilar, buscaban la siguiente en una puntada perfecta. El Costello es un lugar donde se han encontrado muchas veces con los que corean sus temas, y verse en ese mismo escenario, solos, les hacía sentirse más grandes. Habían prometido que la fiesta sería inmensa y realmente lo era, y como en todas las fiestas había regalos. Regalos en forma de canciones nuevas que dejan ver la evolución que van adquiriendo.
Con momentos muy emotivos, y dedicándole canciones a personas especiales para ellos rescataban los temas de trabajos pasados, cuando incluso la banda no tenía la formación que tiene hoy en día. Transformaban las cenizas de la soledad en compañía, nos ponían el salto en bandeja, pues desde la azotea solo nos impulsaban a lanzarnos al vacio. Con nuestros pulmones cosidos a los suyos, y haciendo equilibrios entre seísmos, llegaba por fin el gran momento del salto.
Fin de fiesta con confeti y alegría, entre el público, bañados en sudor, no había ya nada guardado en la manga, sonrisas de felicidad en las caras de todos, el salto se llevaba las cenizas que quedaban. Con toda la sentencia que podía, nos hacía temblar. Todos sabíamos que a Veintiuno le han salido alas, y por eso todos estábamos allí.
Veíamos, disfrutábamos, sentíamos, la última página en blanco del Atlas, cerrábamos la tapa, esperando que en el nuevo libro que van a escribir lo que nos ha llevado hasta ellos siga tan fresco. Que esas sentencias, que son su firma, nos arropen en la nueva etapa. Fin del Atlas.
Autor; Shara Sánchez